PREMIADOS CONCURSO de Slogans-Dibujos:
INFANTIL. SUBCATEGORÍA 1º (1º, 2º Y 3º de Primaria)
- 1º VERA FERNÁNDEZ JURADO
- 1º CARMEN ARELLANO NEVADO
- 2º ATHENEA MORENO LÓPEZ
- 2º JULIA BARBANCHO SÁNCHEZ
- 3º ALBERTO SÁNCHEZ
- 3º DANIELA PALOMO FERNÁNDEZ
INFANTIL. SUBCATEGORÍA 2º (4º, 5º Y 6º de Primaria)
- 1º ANDRÉS MORAÑO SÁNCHEZ
- 1º CLAUDIA CERRO PEREA
- 2º ALEJANDRO BAÑOS MOLERO
- 2º ALEJANDRO CAMBRÓN MORENO
- 3º CARLA MUÑOZ CHAMORRO
- 3º HUGO CERRO PEREA
ADULTOS
- 1º AITANA PÉREZ HURTADO
- 2º VALERIA MURILLO RÁMIREZ
- 3º PAULA TRIVIÑO LÓPEZ
PREMIADOS CONCURSO RELATOS
1º «NO SOY» DE JUAN MURILLO MORENO
2º «ESE DÍA» DE CARMEN VELASCO JIMÉNEZ
3º «CONSEGUIR SALIR DE LA RUTINA» DE LORENA RUIZ MORENO
NO SOY
—Un día —se dice—. Solo es un día.
Marta fuerza la sonrisa más amplia que encuentra en su registro de expresiones
disponibles. Se asegura de hablar poco y asentir mucho, de reírse de los chistes
y asombrarse de los cotilleos. Pone, de verdad de la buena, toda su voluntad en
ser agradable (sin parecer lisonjera), servicial (sin resultar demasiado
complaciente), sencilla (sin llegar a sosa), ingeniosa (sin venir a ser pedante) y
coqueta (sin mostrarse presumida). Come de todo, en su justa medida, para
dejar claro que está todo riquísimo, pero que ella no es ninguna zampabollos.
Baila cuando la sacan a bailar. Posa cuando toca echarse fotos. Está siendo,
hay que admitirlo, genuinamente encantadora, de diez, de libro. Perfecta.
Quienes tienen la suerte de estar con ella, no pueden sino alabarla con los
siguientes titulares: «Una chica estupenda, sí señor», «Una mujer de pies a
cabeza», «La niña perfecta para mi Marco», «Sencillamente genial». Cuando
anuncia que tiene que marcharse porque es tarde y al día siguiente tiene que
levantarse a estudiar, un suspiro colectivo lamenta su partida. Da treinta o
cuarenta pares de besos, tal vez más, porque a algunos los besa dos veces. Se
va ondeando las manos, lanzando adioses a todas partes. Marco la lleva con el
coche hasta la puerta de su bloque. Primera reunión con la familia de su novio y
ya ha triunfado. Marta comprueba que el ascensor sigue averiado y se quita los tacones para subir las escaleras. Le duele la cabeza por la tensión que le provoca en la frente y en las sienes esa coleta alta con la que está tan guapa. Se la deshace. Se
sienta en la cama. Se busca en el espejo largo que está entre el escritorio y el
armario. Y, efectivamente, allí están: ella y su cara de cansada. Cansada de esos
tacones azules que la hacen parecer más alta, pero le machacan los pies.
Cansada de apelmazarse mucho el pelo para parecer menos cabezona.
Cansada de hacerse la tonta unas veces y la lista otras. Cansada de disimular
que baila fatal. Cansada de fingir sonrisas. Cansada de que esto sea así un día
tras otro. Cansada y cabreada.
De repente, de forma inesperada, se levanta. Se lanza a su mesita de noche.
Abre el primer cajón y extrae de él una pequeña pistola azabache. Se gira. Me
mira. Me apunta con el arma. A mí. Cierra un ojo. Me dispara. Pum.
Soy Marta. Siento que hayáis tenido que presenciar este desastre, pero es que
ya estaba cansada. El puñetero narrador llevaba ahí, todo el día, examinándome,
vigilando mis pasos, hablando de mí como si, en realidad, yo no estuviera. No
es que no tenga razón; estoy cansada. Es que no me ha dejado abrir la boca y
decirlo con mi propia voz. Sí, estoy harta de tener que parecer perfecta, de vivir
presionada por el qué dirán y los malditos estándares. Estoy cansada de ser
como los demás quieren, y eso incluye al imbécil del narrador. ¿Quién ha
colocado sobre mí ese ojo escrutador? ¿Quién me ha robado el derecho a ser
como soy? ¿Quién ha decidido lo que es ser la mujer de diez?
Soy Marta y me niego a ser otra cosa. Desisto. Lo dejo. Se acabó actuar
siguiendo la voz de un narrador tirano y simplista que quiere reducirme a un
arquetipo sin defectos. No soy perfecta. No soy de libro. No soy ficción.
Juan Murillo Moreno
ESE DÍA
Todo ocurrió ese 31 de diciembre. El día amaneció con las nubes oscuras sobre nuestras cabezas, aunque a lo largo de la mañana los cielos se fueron despejando. Yo me había ido a casa de mi abuela, siempre me gustaba ayudar con los preparativos para esa noche. Me había mandado comprar los últimos detalles que necesitaríamos.
Regresé a casa, sumida en mis pensamientos, ayudé a mi abuela a preparar la cena
para esta noche, a mi abuelo en sus inventos para el gallinero y a mis primos a decorar la casa para la ocasión. Pusimos el árbol de Navidad, puesto que no habíamos tenido tiempo para ponerlo antes, por los recientes exámenes. Decoramos la casa con colores brillantes, plata y rojo, y pusimos el antiquísimo portal de Belén, que antaño había pertenecido a la mayor parte de nuestros antepasados. Después volví a mi casa, esta semana me tocaba con mamá, por eso había ido a casa de la abuela, si me hubiese tocado con papá, no hubiese celebrado nochevieja, nos habríamos ido a aquella taberna de mala muerte qué hay cerca de su casa, con sus amigos y su nueva mujer. Ya me había tocado el año pasado con papá, y fue un asco. Estaba feliz de poder celebrarlo este año con mamá y su familia. La noche será genial.
Me fui con mamá, que había ido a comprar decoración navideña para su casa, puesto
que mis padres se habían separado hace muy poco tiempo, y papá se había quedado
con la casa y todo lo que había dentro. Le estuve contando lo que había estado haciendo esta mañana, y lo bien que nos lo íbamos a pasar esa noche. Noté a mamá preocupada, aunque desde el divorcio lo estaba, y le pregunté qué había ocurrido. Mamá se puso tensa, de forma casi imperceptible. Ella me dijo que nada, pero me acerqué a ella y le pregunté otra vez muy seriamente. Ella se rindió, y estuvo todo el camino contándome las amenazas que había sufrido de papá, amenazas de muerte. Se me congeló la
columna cuando llegamos a casa, y vimos a papá, sentado en el umbral de la casa, con
una sonrisa diabólica dibujada en sus labios. A medida que nos acercábamos, pude
distinguir el olor de esa cerveza, la de la taberna de mala muerte. Reconocí el olor muy fácilmente, puesto que estaba acostumbrada, demasiado acostumbrada, me atrevería a decir. No tenía aspecto de estar borracho, pero su olor le delataba. Mi padre aguantó muy bien al tipo cuando se levantó, no mostraba signo alguno de estar al menos mareado.
Noté a mamá a mi lado, tensa, y con la cara pálida. Vi que se fijaba en un punto, en la
mano de papá. Me volví sobre mí misma para ver la razón de la palidez de mi madre, y me quedé horrorizada. Mi padre tenía un cuchillo en sus manos. Me quedé paralizada.
Mi padre, al descubrir que yo también me había percatado del arma, empezó a darle
vueltas entre sus dedos, soltó una risita que no tenía nada bueno, y empezó a hablar.
— Hola, mi querida Karla—. Su voz no tuvo ningún signo de titubear.
— ¿Qué haces aquí? —. Preguntó mi madre con voz temblorosa, intuyendo que algo
muy malo iba a pasar.
—Oh, pensaba que estabas al tanto de mi visita—.
— ¡Déjanos en paz, Brennon!—. Exclamó mi madre
— Lo siento querida, pero tengo mis razones para hacer esto—. dijo mi padre, que seguía balanceando el cuchillo de una mano a otra.
Y ahí acabó la conversación. Ni una palabra más. Solo actos. Y no actos precisamente
pacíficos. Mi padre se abalanzó sobre mi madre, a la vez que soltaba un grito.
Mi madre no sabía defensa personal, tampoco sabía qué hacer, al igual que yo. Mientras ambos se revolvían por el suelo, mi madre intentando defenderse, yo empecé a dar voces a pleno pulmón para conseguir que alguien nos ayudara. Pero nadie acudió.
Lo último que recuerdo es el cuerpo frío de mi madre, un enorme charco de sangre, y mi padre, riéndose mientras se iba. Ahí sentí un vacío, de pensar que ahora, estaba sola en el mundo.
Carmen Velasco Jiménez.
CONSEGUIR SALIR DE LA RUTINA
A menudo, muchas de las relaciones sufren de acoso y desigualdades. Os voy a contar una de ellas que sucedió hace alrededor de sesenta años.
Marta desde que era pequeña soñaba con ser bailarina y poder dedicarse a ello. Vivía en Villanueva del Duque, un pueblo de la provincia de Córdoba y tenía 17 años. A Marta le encantaba salir de fiesta y pasárselo genial, pero en aquella época estaba mal visto que una mujer saliese hasta altas horas de la madrugada, mucho menos, si era para estar en una discoteca. Los padres de Marta, Juan y Nico, no sabían qué hacer con su hija, pues consideraban que era mala muchacha y que acabaría muy mal, por el hecho de su afición a salir por la noche, aunque Marta era una chica respetuosa y muy buena a nivel académico. En una de estas salidas, ella y su amiga Ángela, a la que consideraba como una hermana, conocieron a un grupo de chicos y entre ellos estaba Mario, un chico muy guapo, alto y moreno, con ojos verdes y muy atractivo. Marta no pudo evitar fijarse en él, y él tampoco evitaba acercarse a Marta. Pasaron toda la noche juntos y quedaron en volver a verse. Mario sabía cómo era Marta, era consciente de que le encantaba salir y adoraba vestirse como ella se sentía bien sin hacerle caso a los estándares sociales.
Pero aun siendo consciente de todo esto, él quería una chica sumisa que hiciera caso a sus órdenes y que, por supuesto, no anduviera por ahí hasta altas horas y sabía que lo iba a conseguir como fuera. Marta y Mario siguieron conociéndose hasta tal punto que Mario, pidió la mano a sus padres, estos aceptaron, pues Mario venía de buena familia, era un chico de bien, tenía una buena carrera y siempre aparentaba ser formal. Ellos lo que querían era alguien así, que le cortase esas alas a su hija y la encaminase por el buen camino.
Comenzaron a salir como pareja y, como en todas las parejas, los principios siempre son bonitos, Marta era muy feliz y estaba eternamente enamorada de Mario. Siempre tenía detalles, salían a pasear juntos y era muy atento y cariñoso. Llegó el verano, la época favorita de Marta; ella amaba esta estación porque los días eran más largos, siempre iba a la piscina con sus amigas y a las pequeñas verbenas de su pueblo, aunque fueran de las pocas mujeres en aquel lugar. Pero ese verano fue diferente y no porque ella quisiera.
Cuando en las tardes de calor Marta quería ir a la piscina, siempre se ponía sus bikinis preferidos, pero llegaba Mario y la desanimaba y hacía que se los cambiase por un bañador, ya que, según él, se veía gorda con esos bikinis y hacían ver sus piernas mucho más largas, por no hablar del pecho, que claramente se le veía mucho más caído con esas partes de arriba tan pequeñas. Tras estas palabras de Mario, siempre se sentía muy desanimada, se cambiaba y había incluso días que no iba. Cuando eran las fiestas de su pueblo, Marta se ponía preciosa para salir, pero venía Mario con el mismo cuento de siempre –ese vestido es muy corto, los chicos te van a mirar mucho, y con esa cara tan pintada, estás mucho más fea-, ella siempre acababa cambiándose. En la fiesta Mario siempre la controlaba, aunque estuviera con sus amigas, se enfadaba si hablaba con cualquier chico y siempre que Mario volvía a casa, ella tenía que volver con él. A pesar de todo esto, Marta no se daba cuenta de nada, pues pensaba que era normal que se pusiera celoso y que le aconsejara sobre su forma de vestir, pues todo lo hacía por su bien y para que estuviera siempre más guapa. Sin embargo, estas actitudes de Mario a las amigas de Marta no les parecían normales ni sanas, ya que Marta solo salía si él lo hacía y si Marta salía sola por su cuenta, este se molestaba y le hacía sentir mal por ello. Llegó el invierno, se casaron y Marta y Mario se fueron a vivir juntos a una casa que ambos alquilaron. Mario trabajaba como gerente en una gran empresa y ganaba un buen sueldo. Convenció a Marta para que dejara de estudiar, ya que, según él, con su sueldo podían vivir perfectamente y a ella no le hacía falta trabajar; a partir de ahora se dedicaría a las tareas del hogar, por lo que su sueño de ser bailarina quedó totalmente frustrado.
Pasó el tiempo y Marta ya no salía de fiesta, perdió muchas de sus amistades y las únicas personas con las que seguía teniendo contacto era con sus familiares. Pero todo esto ella lo veía normal, pues de algún modo había asentado la cabeza, según sus padres es lo que debía hacer.
Una de las pocas veces que Marta salía, coincidió con Ángela, aquella amiga que para
ella había sido una hermana y de la que, sin embargo, ahora no sabía nada. Esa tarde
Ángela la aprovechó, pues sabía que tenía que hablar con ella y así lo hizo. La intentó
convencer de que Mario solo quería aislarla del mundo y acabaría sometiéndose a la
rutina machista a la que todas las mujeres de su época eran sometidas, eso que ella
siempre había criticado y que siempre juró no hacer. Le hizo la gran pregunta -¿qué ha pasado con tu sueño de ser bailarina?, ¿ya no te acuerdas de lo bien que se te daba?–.
Marta se quedó pensando y aun sabiendo que tenía razón la ignoró y volvió a casa.
Al llegar a casa, Mario la esperaba para cenar. Marta preparó la cena y ambos se
sentaron a la mesa. Hablando, Marta le contó lo que le había pasado esa tarde y Mario se enfureció hasta tal punto que la hizo alejarse de Ángela, lo que Marta ciegamente aceptó, pues pensaba que él tenía toda la razón y que Ángela todo lo que tenía era envidia. Cuando Mario se dio cuenta de que Marta estaba convencida de lo que estaba diciendo sintió alivio, pues él tenía un gran miedo, ya que sabía que todo lo que Ángela insinuaba era cierto. Una tarde de las que estaba sola en casa, ya que Mario había salido como siempre a beber con sus amigos, se sintió ahogada en la rutina, y comenzó a recordar lo que ella era, sintió una gran nostalgia y se dio cuenta de que esta vida no era para ella. Que todo lo que Ángela decía era cierto y que tenía que salir de ahí como fuera. Salió al encuentro de su amiga, aunque estaba totalmente avergonzada por lo que hace pocos días había sucedido. Llamó a su puerta y esta, aunque estaba muy sorprendida, aceptó su visita.
Marta le pidió disculpas y le contó lo que sentía, como solía hacer antes cuando eran
como uña y carne. Se sintió tan bien en ese momento que no quería que acabara nunca. Finalmente, Ángela terminó convenciéndola de que saliese de esa relación tan tóxica en la que estaba ciegamente metida y de algún modo, consiguió quitarle la venda. Esa noche, Marta preparó una de sus mejores cenas y dejó todo perfecto para cuando llegara su amado. Mario llegó algo alterado y un tanto borracho. Cenando Marta le contó a Mario lo que había hecho esa tarde, que había ido a ver a Ángela y que estaba totalmente segura de que quería volver al mundo del baile. Mario, muy enfurecido, tiró los vasos de la mesa, insultó a Marta haciéndola sentir inferior e, incluso, llegó a golpearla repetidamente mientras le insinuaba que era una cualquiera y que estaba loca si se pensaba que iba a volver a ese mundo. Esa noche fue un gran aviso para que Marta se diera cuenta de todo, al día siguiente recogió todas sus cosas y se fue a casa de Ángela, le contó lo que había pasado y que tenía miedo y esta, sin pensárselo dos veces, la
acogió en su casa. El proceso de deshacerse de Mario no fue fácil, este se puso en contacto con ella muchas veces para que volviera, pero Marta no volvió. Ella no tenía el apoyo de su familia, ya que estos pensaban que Marta era una malcriada y que no sabía lo que era complacer a su esposo. A pesar de todo, Marta consiguió salir de aquello gracias a su amiga. Pasaron ocho años y Marta y Ángela se fueron a vivir a Córdoba, lejos de su familia y de quien en algún momento fue su gran amor. Pero ambas estaban muy contentas, pues habían conseguido lo que siempre habían querido, no habían acabado sometiéndose a nadie y ahora hacían lo que querían sin importarle la opinión de los demás. Marta consiguió empleo de bailarina y ahora recorre el mundo de la mano de su esposa Ángela, la única persona que realmente siempre le ha apoyado y querido tal y como era.
Esta historia nos demuestra que todo se puede y que hay que saber decir – NO- ante
estas situaciones. Si Marta pudo, todas podemos.
Lorena Ruiz Moreno